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24 mayo 2016

Recuerdos de la Copa de Europa: Mijatovic, el puro y la fuente


20 mayo de 1997. Una final de Copa de Europa. Al fin. La anterior fue en 1981, cuando perdimos contra el Liverpool y se desvanece en la memoria, quizás por el desconsuelo que acompañó, quizás porque la tierna juventud procura tapar pronto las penas con las frecuentes alegrías. La Sexta de los yeyés ni la recordaba.

20 de mayo de 1997. Entonces era el orgullo presidente de mi querida Peña Madridista Gachera, tras rescatarla del polvo y el olvido. Ese día debía ser un aldabonazo en la historia de la Peña y preparé la fiesta con todo el mimo y el cuidado posible. El primer reto, convencer al Alcalde de que nos dejara la Biblioteca, llena de libros y en uso, para festejar una fiesta que podría acabar en bacanal. Complicado, pero ante mi garantía personal aceptó. El segundo, pedir a los socios su compromiso de corrección y colaboración. Tenía que salir perfecto. Todos como un solo hombre ayudaron, recubriendo de plástico las estanterías, sirviendo bebidas, preparando las tapas. Tremendo orgullo sentí. Esta es una cara más del madridismo, la élite: Las Peñas.

Toda la tarde con los preparativos. Se acerca la hora del partido. La Juve, a tenor de los especialistas, parece más equipo que el Madrid de los años 50. Zidane en todo su esplendor se antojaba el ángel vengador bianconero. El Madrid, como siempre, no parecía favorito ¿Qué tendrá que hacer para serlo algún día? Poco a poco la biblioteca se empieza a llenar. La tele a todo volumen. Cada vez más y más gente, hasta romper el aforo. Casi no se coge. Empiezan a llegar madridistas no socios, ofreciéndose a pagar la cuota anual a cambio de que les dejemos estar con nosotros. No puede ser. La Peña es un producto premium y así se hace querer. Como descargo, en pago a su promesa de afiliación inminente, les ofrecemos un lugar en la barra libre si llega la victoria.

Empieza el partido. Con la liturgia que precisa el momento, enciendo un Montecristo que me costó casi 2.000 pesetas de entonces. Un dineral, pero la Séptima lo merecía. Al principio un silencio sepulcral. El fútbol es espeso, mucho cálculo, mucha táctica, Illgner casi sin trabajo, Panucci y Hierro dando a los italianos su mejor medicina, palos por doquier y Seedorf mandando en la medular, pisoteando el balón, haciéndose hueco con los codos, pleno de entrega y esfuerzo. Quizás el paso del tiempo me perturbe mi percepción, pero para mí fue el holandés fue el gigante de la Séptima.

Llegó el descanso. La tensión acumulada se disuelve cuando todos a una reemplazamos la bebida y la comida para acompañar en el segundo tiempo. Topetazos y buena voluntad. Nervios, que comienza la segunda parte. Vuelta al juego duro y trabado. Más tensión. Y de pronto, como en un thriller, todo se desata. Primero Inzhagui remata a bocajarro, Illgner la para y la tensión sube a mil. Y cuando aún estamos atemorizados por la ocasión……………. Mijátovic recoge amoroso un balón perdido en el área, recorta a Peruzzi y marca. El caos se desató y yo, pobre de mí, más pendiente de vigilar que nadie sembrara de libros los platos de mejillones y patatas fritas que de celebrar el gol. A partir de ahí no recuerdo nada. Sólo una sensación de angustia cada vez que el balón pasaba del medio campo blanco y la creencia de que en esos infinitos veinticinco minutos se habían licenciado al menos dos quintas de reclutamiento. Infinita espera, miradas de soslayo, roer de uñas y pedir el tiempo en el minuto 85.

Al fin Helmut Krug pitó el final. Y todo se desbordó. Ya daba igual los libros, todo lo llenó la alegría de conquistar, de nuevo, la Copa de Europa. Esa hija pródiga que tanto tardó en volver. Todos a la calle, a la plaza aledaña, a bailar junto a la blanca fuente que los municipales, madridistas avisados, acababan de encender. Todos menos yo. Sólo en la biblioteca, exhausto, liberado de la angustia, feliz e incrédulo de que al final la maldición quedaba rota. Retrepado en la silla veía como Mijatovic celebraba con la grada su ascenso al Olimpo Blanco. Las caladas al Montecristo eran más pausadas, más largas, disfrutando del momento. El cubata recién servido. Aún quedaba casi medio puro………………………..

En esto llega gritando mi amigo Curro, posterior Presidente, diciendo que mi hermano se había caído y estaba mal. Corro tras él. Llegamos a la fuente, con media plaza llena de gente, apartamos a todos y, ante mi confusión, todos empiezan a reír. Me atrapan y sujeto de pies y manos me echaron a la fuente. El agua helada (hacía frío), la fuente cual pila bautismal y mis socios como Juan el Bautista, completaron mi bautizo como Campeón de Europa. Y así comenzó la tradición. Tras mí, muchos otros siguieron aquella noche el camino bajo los chorros, y así desde entonces, en cada final de Champions la fuente es la Meca donde, a falta de Cibeles, los madridistas gacheros celebran su alegría y fervor.

Ya sólo espero que el sábado la blanca fuente vuelva a bautizar una nueva Champions. Los municipales ya están avisados…………………. 

3 comentarios:

  1. Anónimo19:59

    Bonita intrahistoria de esa gran victoria. Fue de todos, la más esperada. Yo tenía 27 y pegaba botes en casa como un niño. Pensaba que no vería una en directo.
    A ver si este sábado ganamos otra, nos la merecemos.
    @GautierDurant

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    1. Para mí creo que siempre será el mejor momento como madridista. La larga sequía nos hacía desfallecer año tras año, sumando la gran decepción del PSV............. yo tenía algún año más, 33, pero nunca lo olvidaré.

      Ya tenemos la Undécima, Muchas felicidades a todos y a ti en particular y muchas gracias por el comentario.

      Hala Madrid

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  2. Anónimo22:49

    Hola compañero. Soy el director de 114 Temporadas. He tenido un repentino fallo en la url de mi anterior blog, así que tuve que crearme uno nuevo. Discúlpame por este suceso. Me gustaría que añadieses mi blog a tu lista de enlaces recomendados, pero no en la de antes, sino en la lista que se actualiza mediante las entradas. Un saludo @BlancoDoble. Aquí el enlace: http://ilusionmadridista.blogspot.com.es/

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