Córdoba
C.F. 1 – Real Madrid 2
La
mañana amaneció blanca, buen augurio. En estas tierras de jamones y bellotas,
el campo se despertó con el manto blanco de la helada. Amanecía y la ilusión de
ver a los blancos en nuestra cotidianidad rivalizaba con el sol brillante y
agradecido que se sumaba a la fiesta. Todos al coche, gasolina y, como los
bandoleros decimonónicos en La feria de los discretos de Pío Baroja, nos
aventuramos a atravesar Sierra Morena.
Llegamos
a la Córdoba sultana en una mañana de sábado más endomingada que nunca. Recibía
a visitantes de fuste y el espíritu señorial obligaba. De camino paso obligado
por el hotel de concentración, no sé si el mejor pero seguramente el más feo,
grotesco y oxidado de Andalucía. Un insulto a la cercanía de una gloria de la
humanidad como el bosque de columnas de la Mezquita.
El
autobús estrella de Concha Espina aguardaba a sus pies como el dragón de San
Jorge, custodiando a su doncella en forma de campeones del mundo. Y, como diría
la canción de Sabina, mucha, mucha, policía. Cumplido el rito de la curiosidad
morbosa, las palmeras de la avenida nos depositan en el Guadalquivir que, como
el ilusionista escamoteador, primero ofrece el pasado glorioso de la Calahorra
antes de desplegar antes tus ojos el objeto brillante del futuro más próximo:
El Arcángel.
Y junto
al Arcángel, las terrazas. Una terraza para un cordobés es algo casi tan
necesario como la nómina a fin de mes y ayer muchas nóminas se vieron
groseramente atacadas por disfrutar de un día único, histórico y quizás
trascendente. En kilómetro y medio a la redonda del Arcángel no había ni sitio
libre de aparcamiento ni silla de terraza menos celosamente guardada que una
novia virginal.
El
salmorejo, la fritura de pescado y las berenjenas fritas se esmeraban en
competir tronío con las diez Copas de Europa de los forasteros. Cada uno juega
con sus armas. Comida familiar e intereses divididos. Bufandas blancas y
verdiblancas. Pocas camisetas blancas, extrañamente, vista la llegada de las
vísperas. En la mesa de al lado, cinco comensales terminan, el camarero les
desea que lo pasen bien y un ¡¡ que ganemos !! Ante ello el último de la fila,
hace un gesto, muy prudente y señor, indicativo que eso no va con él, que no
está claro que el desea que ganen los mismos que sus compañeros de mesa ni el
camarero.
Gesto
tan elocuente y pacífico que arranca la carcajada general de nuestra mesa. El
señor, ante mi jolgorio, se acerca solícito a explicarme su postura,
anticipándome le enseño el salvapantallas de mi móvil con el escudo de mi Peña
Madridista Gachera y, comprensivo y feliz, se despide sin más trámite. Poco
después les imitamos y paseíto primaveral al campo. Esquinados en preferencia, tras
una reja que ayer sólo servía para dar sombra pues no podía proteger entres sí
a miembros de una misma familia, nos mimetizamos con la miríada de peñistas de
la provincia. Caras conocidas por doquier, como esperaba.
El
Arcángel a capella canta el himno, quizás más fuerte que nunca pero mucho menos
emotivo que en el cuarto anfiteatro del Bernabeu en agosto pasado. Empieza el
partido y el Madrid, como el tío emigrante que venía de Francia, ofrece el
mejor regalo que le puede ofrecer a esta ciudad: un gol casi sin pecado
original. Y El Arcángel sabe que su primera ilusión ya está ganada, la mordida
de la nómina ha quedado saldada. Parte de la gloria ya se ha pisado. El si se
puede de Los Incondicionales pasa de ser un deseo a casi una convicción. Y casi
pudieron. Menos mal que tenemos a Gareth Bale.
No sé
bien si es justo que el Madrid hiciera ayer el partido que hizo. No lo sé. Pero
estoy seguro que esa no es la imagen que un campeón del mundo deba de dar. Ni
en la Córdoba que los acogió como lo que son ni en ningún sitio. La apatía, la
pachorra y el desinterés fueron más que patentes, ostentosos. Al final el
resultado dejó contentos a casi todos. Los madridistas con los tres puntos, los
cordobesistas con la imagen de su equipo y yo pudiendo compatibilizar de forma
más o menos honorable mi deseo de que ganara el Madrid y no perdiera el
Córdoba. Creo que se consiguió.
Me gustó: Bale,
Benzemá y el himno del Córdoba a capella. Los dos primeros por ser casi los
únicos que expusieron su vergüenza torera a pies de la Mezquita.
No me gustó: No sé
que le pasa a Cristiano, ni me importa, pero lo de ayer es incomprensible. Sé
que a estas horas estará arrepentido, sé que todas las navajas del
antimadridismo están afilándose pacientemente para una semana de despelleje,
pero lo que hizo ni tiene lógica ni razón. Si Casillas, Ramos y Cristiano son
los amos del vestuario blanco, temo el futuro.
Tampoco
me gustó lo más mínimo la actitud del resto del equipo. Si nos dicen que es la
semifinal del trofeo Carranza, cuela. Mal empezamos el 2015.
Pepito Grillo: Los dueños del Córdoba han tratado de mil
y una formas de asustar a sus socios ante el partido de ayer. Con el argumento
de extremar la seguridad y evitar la reventa o cesión de unos abonos pagados
dos veces se pedía que la afición llegara con antelación al estadio. Al final pasamos
como afición rival por los tornos con mochilas y nadie se inmutó. Si vamos con
dos hachas y un kalasnikov, cuela. Suerte que somos gentes de bien.
Y al
final del encuentro, dejan salir a la afición rival por el mismo sitio y al
mismo tiempo que el grupo más bullanguero de la afición local. Más
profesionalidad, Sr. González.
Franciscus: El año que viene, otra vez el Madrid por Córdoba.
Nos lo merecemos.