La Séptima. 25 años, ya… casi
media vida. Y sin embargo lo recuerdo todo
como si fuera ayer. Todo. No sólo el gol de Mijátovic, es más, recuerdo más
vívidamente la angustia del último cuarto de hora del partido, que la erupción
del gol.
Os pongo en antecedentes: En
1998 era presidente de mi Peña Madridista Gachera. Por primera vez desde su
fundación, el Real Madrid alcanzaba la final de la Copa de Europa. Sólo algunos
recordaban el fiasco de los García, y todos teníamos fresca la amargura de la
semifinal contra el PSV.
Como era lógico, el
acontecimiento había que celebrarlo con todo el boato posible. Todavía no éramos muchos
socios (unos 50), pero necesitábamos un local apropiado para acogerlos y una
tele lo mayor posible. En la biblioteca del pueblo había una de 26 pulgadas (la
mayor en aquellas fechas), por lo que me armé de valor y le pedí al Alcalde la
cesión de la biblioteca y la televisión. Al hombre le acosaron las dudas,
visualizando el desastre posterior a una juerga desatada dentro de una
biblioteca atestada de libros.
Pero le convencí. Le ofrecí
plenas garantías de que los libros saldrían indemnes y que el local estaría
inmaculado al mediodía siguiente. No sé si los argumentos estaban aupados por
la ilusión de celebrar algo histórico, porque se fiaba de mi palabra y mi amor
a los libros o que creía que perderíamos.
No lo sé. Pero la cedió. Aún recuerdo esa mañana, con la directiva y
socios preparando el local, unos llenando neveras con la bebida, otros
preparando platos para el convite y otros forrando todas las estanterías de
plásticos. Toda la biblioteca forrada. Lástima que entonces no fuera tan fácil tener
fotos.
Entonces todavía fumaba. Y me
gasté casi 3.000 pesetas (una pasta) en un puro Cohiba, pues quería emular a
Lorenzo Sanz si llegaba el momento de la victoria. No veía la hora de
encenderlo. Una hora antes del partido, la biblioteca se iba llenando, poco a
poco, de socios. Sólo socios. Había ilusión, si, pero muy contenida. La Juve se
presentaba como un coco casi inabordable, con un Zidane estelar. El Madrid no
era favorito (como siempre) y las amarguras de 32 años de travesía del desierto
hacían mella en el ánimo.
Las conversaciones, mesuradas;
algunos jóvenes (muy pocos) preguntaban si habría cohetes y Gabriel, muy ufano,
decía que preparados estaban. Empezó el partido, un primer tiempo muy tenso,
con la Juve siendo algo mejor. Al descanso la tensión se palpaba en el
ambiente. El local lleno de humo (todavía se podía fumar indiscriminadamente),
con poca luz, hacía que la atmósfera fuera aún más opresiva.
Y llegó el gol de Mijatovic. Y
el pandemonium posterior. Griterío, abrazos, algún vaso por el suelo ………
Algunos cánticos, muy pocos, aún no se estilaba eso…. Y poco a poco, la calma y
la tensión se fueron adueñando del local. Los minutos posteriores, fueron minutos
de sala de espera de UCI. El tiempo no corría y las ganas se agolpaban. Hasta
que Hellmut Krug pitó el final. Y la erupción llegó. Por fin, por fin, por fin…
La Copa de Europa de nuevo era nuestra. El chiste del viejo en la montaña se
hacía bilis en la boca del antimadridismo.
El Clipper encendió el Cohiba
y ahí estaba yo, sentado, mirando feliz la pantalla, viendo como Sanchís
elevaba al cielo la orejona, entre los vítores y alaridos de unas decenas de
personas que sentían estar en el paraíso en aquellos instantes. De forma espontánea
(así suelen nacer las tradiciones), todos salieron en procesión para la plaza
cercana, para los cohetes y el baile alrededor de la fuente, blanca, que hay en
ella. Ya tuvimos buen cuidado para que a esas horas la fuente estuviera
funcionando y con todos sus chorros al cielo.
Yo me quedé de bajón, sentado
solo en el local, fumando plácidamente el enorme puro, sin casi creerme que sí,
que era cierto, que habíamos ganado la Copa de Europa. Oía de lejos el
estrépito y la algarabía, ya no sólo de nuestros socios, sino de todos los
madridistas de la localidad que abarrotaban los bares de la plaza. Pero no me llamaba
el unirme a la fiesta. Fueron unos momentos dulces, que siempre recordaré.
De pronto, entró mi amigo
Curro, alarmado, diciendo que mi hermano se había caído y se había hecho daño
en la celebración. En cuatro saltos llegué a la fuente, preocupado, buscándolo.
Pero era un ardid de bandidos. Me cogieron entre todos y, pese a mis esfuerzos,
me tiraron boca abajo a la fuente. Hacía frío. Y el agua estaba helada. Salí
como pude, como perro apaleado, ante el regocijo de todos los presentes. No
sabía si enfurecerme o reírme, pero los abrazos y chanzas hicieron que al final
optara por insultarlos coloquialmente y amenazarlos de forma poco creíble.
Mi Cohiba quedó ahogado en la
fuente blanca. Mi hermano me llevó a cambiarme y de vuelta a la fiesta, ahí ya
si pude dar rienda suelta a la alegría. En los días siguientes hubo muchas
coñas con "Valera ¿estaba fría?", que sorteé con vergüenza torera,
pero se pagó el santo por el coscorrón.
Y así, amigos, desde aquel 20
de mayo de 1998, cada vez que el Madrid gana la Copa de Europa (y alguna liga
especial), la fuente blanca se enciende alegre y con sus chorros, baña la
alegría de los madridistas gacheros. Que sea por muchos años.