Málaga 0 - Campeón 2
Para los que tenemos
cierta edad, finales de Liga como éste nos dan cierto repelús. Como dice el
refrán, el gato escaldado, del agua fría huye. Y a los madridistas talluditos,
estos finales de Liga tan inciertos nos traen tufos como los de Tenerife o
Valencia, en los que no siempre la normalidad deportiva decantó el resultado final
y en el que siempre resultó beneficiado el mismo rival que nos encontrábamos
ayer.
Por eso, por la mañana los
sentimientos eran encontrados: por un lado ilusión en volver a vivir una
jornada histórica, en sumar un peldaño más en la gran pirámide de títulos que
exhibe el Real Madrid. Por otro cierta inquietud ante lo incierto de la empresa,
no por dudar de nuestra valía, sino debido al evidente sesgo arbitral sufrido
en tantas de las últimas Ligas. Confiante, pero prudente, vestió, pero
informal, que diría la Martirio. Y con esos ánimos cogimos carretera y manta
para Málaga, pues disponía de la enorme suerte de poder ser espectador y
partícipe del acto final de Liga.
Atravesando la vega del
Guadalquivir, con sus pueblos blancos, pensaba que de poder elegir el sitio
donde jugarse la Liga, exceptuando el Bernabeu, Málaga era una opción perfecta.
Lujo de ciudad, abierta y alegre, bien comunicada, campo mediano y moderno y
equipo digno pero sin asustar y afición como sus colores, celeste y blanca. En
Málaga casi jugábamos en casa. Y así fue.
Málaga nos recibió como
una amante obsequiosa pero algo esquiva, ofrecía su sol mediterráneo, pero lo disimulaba
con ese cielo panza burra que tan bien conocen los malacitanos. No lo tomé como
un augurio y optamos por la mejor solución para alejar sombras malafollás:
disfrutar un espetito en la Malagueta, mirando al azul Mediterráneo. Mano de
santo oiga. Ya veía media Liga en la talega de mis ilusiones.
La proverbial curiosidad
de los de pueblo nos llevó a inspeccionar previamente el campo de batalla y así
organizar la estrategia futura. La Rosaleda, a mediodía, se presentaba
luminosa, limpia, muy bonita…. pero desierta. Ni un alma entre los puestos de
bufandas. Por no pasar, no pasaban ni los taxis.
Para resarcir del chasco,
apuesta segura en Málaga: paseo por el centro, zambullirnos entre el gentío frente
a la Catedral o de la calle Larios, donde ya se empezaba a vislumbrar alguna
camiseta blanca, aunque menos de las esperadas. Y a hacer tiempo para el
almuerzo descansando frente a la Alcazaba, ayer con aires a Montmartre gracias
a un sudamericano incansable que con buen gusto nos ofrecía melodías
inmemoriales, tan pronto nos subyugaba con Ne me quitte pas y Amelie como
cambiaba brillantemente el tercio al Oh, sole mío……. Mágico. Casi me olvidé de
Villar, Zidane, Cristiano, De Burgos Bengoetxea y resto de protagonistas de la
promesa de la tarde.
La final, pues de eso se
trataba, no nos engañemos, se acercaba sigilosa pero inminente y que mejor
preludio que almorzar en comunión madridista, recordando momentos mágicos de
Lisboa y Milán, oyendo sabios consejos de madridistas veteranos, rememorando,
como exorcismo, las malhadadas tardes de Tenerife y decidiendo, como Zidanes de
la vida, si sería mejor jugar con Isco o Kovacic, Nacho o Danilo, Cristiano o…………..
venga, no seamos inocentes, Cristiano es innegociable y lo sabemos. Es salir
con 1-0.
Nutridos y pertrechados,
con la camiseta blanca como escudo ante el malfario, tomamos camino a La
Rosaleda, apresurados y nerviosos ante el inevitable atasco. Acometimos las
escaleras que nos ofrecían la puerta a la gloria de una Liga más, de continuar
la leyenda. Y como prueba de que no era un partido más, ahí estaba la procesión
de famosos, famosillos y famosetes que pululaban tras la zona madridista, aves
de fortuna, a la caza de su minuto de fama. Tras el vomitorio, se mostraba una
Rosaleda abarrotada, mucho celeste y mucho blanco. Esperanza.
Aclaramos la voz, subimos
la lona para hacer partícipe al mundo que el Real Madrid nunca se encuentra
solo donde juegue y ……………………………. a esperar. Tras tanto correr, había que
esperar a que, como decía Sabina, nos dieran las ocho. Porca miseria. Comezón
de nervios. Risas nerviosas y cánticos tras el bombo incansable. A darlo todo.
Comienza por fin el partido y lo que iba a ser una epopeya
se convirtió en un corto de La Vida es bella. Minuto 2 y Cristiano volvió a ser
Cristiano. Casi no lo creía. No había dado tiempo ni a cantar dos canciones y
ya estaba lo peor pasado. Ahí percibí que las miasmas de Tenerife se sumían por
el desagüe de los malos sueños. Sólo podía ir a mejor. Y lo fue, claro, iba a
ser una jornada mágica y perfecta, claro que si.
Aún no se habían apagado
los ecos del maremoto del gol de Cristiano y la zona de peñistas blancos
volvían a gritar de júbilo: Gol del Eibar…………. Estuve a punto de llamar al 112
para que mandaran a los Mossos a evitar que Gaspart se tirara por el balcón…………..
pero los afanes de la Grada Fans no me lo permitieron, compréndanlo. Y así,
sudorosos y felices fuimos transitando por el dulce camino de la victoria.
Entre palmas y cánticos disfrutamos en nuestra portería del gol de Benzemá, de
la increíble parada de Keylor, de las carreras de Marcelo, arabescos de Isco y
el encaje de bolillos de Kroos y Modric …………. y la Liga se hizo blanca.
Y en blanca comunión con
los jugadores, saludos a Zidane y homenaje obligado a Roberto Carlos, pasaban
las canciones, excusas vanas que sólo servían como argumento fullero de
intentar hacer eternos esos momentos de gloria, mágicos momentos que cuando
llegue el final, nos pondrán una sonrisa de añoranza.
Bienvenida treinta y tres,
tan esperada como fútil, pues el buen madridista sabe que su consecución sólo
es una excusa para alcanzar la 34ª. A por ella.
Hala Madrid.
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