20 mayo de 1997. Una final de Copa de Europa. Al fin. La
anterior fue en 1981, cuando perdimos contra el Liverpool y se desvanece en la
memoria, quizás por el desconsuelo que acompañó, quizás porque la tierna
juventud procura tapar pronto las penas con las frecuentes alegrías. La Sexta de
los yeyés ni la recordaba.
20 de mayo de 1997. Entonces era el orgullo presidente de mi
querida Peña Madridista Gachera, tras rescatarla del polvo y el olvido. Ese día
debía ser un aldabonazo en la historia de la Peña y preparé la fiesta con todo
el mimo y el cuidado posible. El primer reto, convencer al Alcalde de que nos
dejara la Biblioteca, llena de libros y en uso, para festejar una fiesta que
podría acabar en bacanal. Complicado, pero ante mi garantía personal aceptó. El
segundo, pedir a los socios su compromiso de corrección y colaboración. Tenía
que salir perfecto. Todos como un solo hombre ayudaron, recubriendo de plástico
las estanterías, sirviendo bebidas, preparando las tapas. Tremendo orgullo
sentí. Esta es una cara más del madridismo, la élite: Las Peñas.
Toda la tarde con los preparativos. Se acerca la hora del
partido. La Juve, a tenor de los especialistas, parece más equipo que el Madrid
de los años 50. Zidane en todo su esplendor se antojaba el ángel vengador bianconero.
El Madrid, como siempre, no parecía favorito ¿Qué tendrá que hacer para serlo
algún día? Poco a poco la biblioteca se empieza a llenar. La tele a todo
volumen. Cada vez más y más gente, hasta romper el aforo. Casi no se coge. Empiezan
a llegar madridistas no socios, ofreciéndose a pagar la cuota anual a cambio de
que les dejemos estar con nosotros. No puede ser. La Peña es un producto
premium y así se hace querer. Como descargo, en pago a su promesa de afiliación
inminente, les ofrecemos un lugar en la barra libre si llega la victoria.
Empieza el partido. Con la liturgia que precisa el momento,
enciendo un Montecristo que me costó casi 2.000 pesetas de entonces. Un
dineral, pero la Séptima lo merecía. Al principio un silencio sepulcral. El
fútbol es espeso, mucho cálculo, mucha táctica, Illgner casi sin trabajo,
Panucci y Hierro dando a los italianos su mejor medicina, palos por doquier y
Seedorf mandando en la medular, pisoteando el balón, haciéndose hueco con los
codos, pleno de entrega y esfuerzo. Quizás el paso del tiempo me perturbe mi
percepción, pero para mí fue el holandés fue el gigante de la Séptima.
Llegó el descanso. La tensión acumulada se disuelve cuando
todos a una reemplazamos la bebida y la comida para acompañar en el segundo
tiempo. Topetazos y buena voluntad. Nervios, que comienza la segunda parte. Vuelta
al juego duro y trabado. Más tensión. Y de pronto, como en un thriller, todo se
desata. Primero Inzhagui remata a bocajarro, Illgner la para y la tensión sube
a mil. Y cuando aún estamos atemorizados por la ocasión……………. Mijátovic recoge
amoroso un balón perdido en el área, recorta a Peruzzi y marca. El caos se
desató y yo, pobre de mí, más pendiente de vigilar que nadie sembrara de libros
los platos de mejillones y patatas fritas que de celebrar el gol. A partir de
ahí no recuerdo nada. Sólo una sensación de angustia cada vez que el balón
pasaba del medio campo blanco y la creencia de que en esos infinitos veinticinco
minutos se habían licenciado al menos dos quintas de reclutamiento. Infinita
espera, miradas de soslayo, roer de uñas y pedir el tiempo en el minuto 85.
Al fin Helmut Krug pitó el final. Y todo se desbordó. Ya daba
igual los libros, todo lo llenó la alegría de conquistar, de nuevo, la Copa de
Europa. Esa hija pródiga que tanto tardó en volver. Todos a la calle, a la
plaza aledaña, a bailar junto a la blanca fuente que los municipales,
madridistas avisados, acababan de encender. Todos menos yo. Sólo en la
biblioteca, exhausto, liberado de la angustia, feliz e incrédulo de que al
final la maldición quedaba rota. Retrepado en la silla veía como Mijatovic
celebraba con la grada su ascenso al Olimpo Blanco. Las caladas al Montecristo
eran más pausadas, más largas, disfrutando del momento. El cubata recién
servido. Aún quedaba casi medio puro………………………..
En esto llega gritando mi amigo Curro, posterior Presidente,
diciendo que mi hermano se había caído y estaba mal. Corro tras él. Llegamos a
la fuente, con media plaza llena de gente, apartamos a todos y, ante mi
confusión, todos empiezan a reír. Me atrapan y sujeto de pies y manos me echaron
a la fuente. El agua helada (hacía frío), la fuente cual pila bautismal y mis
socios como Juan el Bautista, completaron mi bautizo como Campeón de Europa. Y
así comenzó la tradición. Tras mí, muchos otros siguieron aquella noche el
camino bajo los chorros, y así desde entonces, en cada final de Champions la
fuente es la Meca donde, a falta de Cibeles, los madridistas gacheros celebran
su alegría y fervor.
Ya sólo espero que el sábado la blanca fuente vuelva a
bautizar una nueva Champions. Los municipales ya están avisados………………….
Bonita intrahistoria de esa gran victoria. Fue de todos, la más esperada. Yo tenía 27 y pegaba botes en casa como un niño. Pensaba que no vería una en directo.
ResponderEliminarA ver si este sábado ganamos otra, nos la merecemos.
@GautierDurant
Para mí creo que siempre será el mejor momento como madridista. La larga sequía nos hacía desfallecer año tras año, sumando la gran decepción del PSV............. yo tenía algún año más, 33, pero nunca lo olvidaré.
EliminarYa tenemos la Undécima, Muchas felicidades a todos y a ti en particular y muchas gracias por el comentario.
Hala Madrid
Hola compañero. Soy el director de 114 Temporadas. He tenido un repentino fallo en la url de mi anterior blog, así que tuve que crearme uno nuevo. Discúlpame por este suceso. Me gustaría que añadieses mi blog a tu lista de enlaces recomendados, pero no en la de antes, sino en la lista que se actualiza mediante las entradas. Un saludo @BlancoDoble. Aquí el enlace: http://ilusionmadridista.blogspot.com.es/
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