Decía Zidane tras el pésimo
partido en Las Palmas que así no vamos a ninguna parte. Bien, el primer paso de
resolver un problema es afrontarlo con valentía, ahora bien, ¿qué soluciones
propuso para ir a algún sitio?. A mi parecer ninguna. Y eso es un gran problema. Los jugadores del Real
Madrid, con la aquiescencia tácita del presidente, han llegado a un punto de
pasotismo que hasta cuando quieren esforzarse, sencillamente no les sale.
El Real Madrid está, en el mejor
de los casos, a sólo tres simples victorias de ganar la Undécima y después,
aunque sea consuelo de pobres, que nos quiten lo bailado. Para alcanzar ese
hito histórico y única meta de la actual temporada, Zinedine debe utilizar los
partidos de Liga como una especie de pretemporada y banco de experimentos para afinar, cribar
y seleccionar milimétricamente el once ideal del Madrid para esos partidos. Y
esta situación es su mayor suerte y a la vez su mayor reto, pues nunca podrá
achacársele un desastre y nunca tendrá más fácil poder hacer todo tipo de
experimentos sin riesgo alguno.
Después vendrá un verano en que Florentino
Pérez deberá elegir de forma definitiva como querrá ser recordado en la
historia del Real Madrid, pero hoy la canícula queda lejos, y Zidane sólo debe
emular a Mendel, experimentar con diversos tipos de cruces, esquemas, tácticas
y actitudes hasta dar con el fenotipo perfecto.
Como quiera que tenemos la
mejor plantilla del mundo, aunque ellos mismos se empeñen en regalar y
dilapidar todo el crédito que generosamente se les ofreció, el reto debiera ser
apasionante para el francés. Y accesible. De él depende que el viaje que nos queda en esta
temporada sea a ninguna parte o a una Cibeles más gozosa que nunca, tanto por lo inesperada como por la magnitud del hito que sería.
No soy demasiado optimista, pero
haciendo honor a mi frase preferida: ¿Y por qué no?
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